Ciervo Diseños Wixárika/Huichol

Ciervo Diseños Wixárika/Huichol

En la zona meridional de la Sierra Madre Occidental se encuentra la región conocida como el Gran Nayar. Ahí, a ambos lados del cañón del Río Chapalagana, entre desiertos, montañas y valles que unen los estados de Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas, habitan los huicholes, uno de los grupos indígenas más importantes de México, llamados por ellos mismos wixaritari, o pueblo wixárika.

Quienes conocemos los primores de sus creaciones arte­ sanales, entendemos que el suyo es un arte ancestral: un arte que cuenta, canta, provoca; un arte que hace imaginar diálogos, bailes, enfrentamientos, misterios. Porque todas sus imágenes, todos sus diseños, por sencillos que parezcan, tienen una misma virtud: contar historias.

En el arte huichol nada es gratuito. Cada greca significa, cada color, cada trazo. Son enigmas que sólo la observación, la sensibilidad, el respeto y el conocimiento de este pueblo místico pueden descifrar.

Huichol Masks

Arte Wixárika

Sus tsikuri u ojos de dios, sus cuadros de estambre, sus jícaras y máscaras decoradas con multicolores chaquiras, sus bordados y flechas; su música y danzas; su pintura corporal, vestimenta, sombreros, collares y pulseras, tienen siempre una frase oculta, un pasaje secreto, una historia que contar.

Sí, el arte wixárika es una prolongación conceptual de la existencia. Es la memoria colectiva de un pueblo atrapada en coloridos estambres, la naturaleza capturada en chaquiras, la energía vital de la religión habitando en el diseño abstracto de las grecas.

Cinco puntos cardinales

Para entender los profundos significados del arte huichol hay que entender el amplio trazo de su cosmogonía y, al mismo tiempo, los límites territoriales de su geografía.

En el mapa del pueblo wixárika son cinco los puntos cardinales: al poniente, la Isla del Rey, en San Blas, Nayarit; al sur, la Isla de los Alacranes, en la Laguna de Chapala, Jalisco; al oriente, el Cerro El Quemado, en Real de Catorce, San Luis Potosí; al norte, el Cerro Gordo, en San Bernardino Milpillas, Durango; y, al centro de este universo sagrado, Teakata, en Santa Catarina Cuexcomatitlán, Jalisco.

Arte Huichol

A lo largo y ancho de ese amplio y agreste territorio se levantan por lo menos 24 centros ceremoniales o tihupa. Es ahí donde los ancianos resguardan los nierikas, palabra wixárika que se refiere al aspecto, la cara, el rostro, la superficie externa y, a su vez, a la característica de las cosas. Los nierikas son al mismo tiempo la representación de una idea y el reflejo de quien la crea. Son objetos ceremoniales, ofrendas creadas por hombres y mujeres para halagar, agradecer o solicitar favores a sus deidades, los elementos de la naturaleza.

Nuevos motivos wixarika

Para los wixaritari, el sol, el mar, las piedras, la tierra, el venado, el águila, el maíz, el peyote, son a un mismo tiempo origen de la vida y compañeros de la existencia. De ellos reciben los mandatos que guían el ser y el hacer cotidiano, a través de “el que sabe soñar”, es decir, el mara’akame, el líder espiritual de la comunidad, la figura máxima en el terreno religioso, el que ha aprendido a penetrar el mundo de lo sagrado.

José Benítez Sánchez, mara’akame de Zitakua, Tepic, Nayarit, y por su obra artística, Premio Nacional de las Artes y Tradiciones Populares 2003, asegura que “el nierika es el rostro de la persona, es el rostro de la cosa misma. El nierika puede representar el rostro del sol, la piel de la tierra, el rostro del venado, el rostro del fuego, el rostro del peyote y también el rostro del hombre que hace la ofrenda.”

Hicholes / Wixárika

Un nierika es un objeto que puede ser creado por cualquier creyente y tomar diversas formas. A veces se trata de un tsikuri, esa colorida creación a la que llaman también ojo de dios, figura conformada por uno o varios rombos de estambre hilados sobre cruces de carrizo. Los ojos de dios sirven como protección y se elaboran particularmente para salvaguardar la salud de los niños. Por cada año de vida, el padre hila un rombo, hasta llegar a cinco, el número mágico del mundo huichol. Porque así como son cincos sus puntos cardinales, cinco son las madres Nakawé, cinco los colores del peyote y cinco los del maíz; cinco las deidades de la lluvia y cinco las, veces que un mara’akame debe peregrinar a Wirikuta, el sitio en Real de Catorce, San Luis Potosí, donde se reúnen con los dioses para completar su formación y así alcanzar su jerarquía.

Para su elaboración, un ojo de dios de carácter ritual requiere colores especiales, porque cada color tiene también un significado. El negro es el color del Tetei Amara, el Océano Pacífico, donde está la serpiente que devora a los hombres; el azul es el color del agua y de la lluvia, y representa al Rapawiyeme, el Lago de Chapala, la región sur; el rojo simboliza el oriente, la región de Parietekúa, donde vive el dios peyote. Los colores representan así lugares sagrados, dioses específicos, peticiones particulares. Los colores que los wixaritari eligen para decorar sus nierikas son, por sí mismos, el mensaje: a través de ellos los hombres piden y hablan con sus dioses.

Sentir el color

El pueblo wixárika es, en efecto, un pueblo que vive el color de una forma particular. El color es experiencia vivida, percepción profunda, alegoría.

La elección de su paleta de colores, de sus juegos visuales, de sus creaciones plásticas, tiene un origen: el peyote, alimento sagrado.

Sentir el color

El peyote es una cactácea con propiedades alucinógenas y psicoactivas cuyo consumo influye de manera particular en la
percepción visual. Así, las sensaciones experimentadas durante el consumo ritual del peyote por los huicholes generan una percepción alterada que se vive en colores y a colores.

Durante uno de sus viajes a Wirikuta, el investigador Ramón Mata Torres escribió: “Los colores son intensos y vivos. Todos se ven claramente en su triunfal surgimiento. Ninguno opaca al otro. Ninguno pierde su intensidad si cambia de lugar. Las líneas de color, dando nacimiento a múltiples figuras, flotan en el espacio. Giran libres. ¡Nunca he visto tanta maravilla nacida del color! ¡Cuánta variedad en tanta simplicidad! Verdes, violetas, naranjas, negros, azules, blancos, morados, rojos, guindas, amarillos…”

El arte huichol es el arte del color. Son los colores vividos por el mara’akame que, en el trance del ritual, se comunica con los dioses. De ellos recibe su instrucción, su mandato, y canta lo que ellos le dictan. Es la voz del fuego, de la tierra, de las piedras, del agua, de los árboles y del águila; es la voz de la triada divina: venado-maíz-peyote. Cuando el mara’akame canta, surgen la historias del origen, se reviven los rituales, adquieren sentido las imágenes y fuerza las palabras.

Arte en vívidos colores

Si un wixárika se convierte en mara’akame, es porque es capaz de cantar las voces de los dioses. Poseedor del don de la interpretación, el mara’akame se encarga, a través de los sueños propios, y también de los ajenos, de encontrar los caminos, los pasos a seguir, los ritos que permitirán encontrar el ansiado punto de equilibrio, sea éste en el terreno de la salud física o la espiritual.

El poder sanador del mara’akame es un don que se trae de nacimiento, una característica que, según el costumbre, obliga a quien lo posee a buscar su crecimiento interno y ofrecer su servicio con generosidad. Hay quienes nacen para rezadores, y prestan su voz a los rituales de siembra y cosecha; otros nacen para ser hueseros, y se encargan de atender torceduras y acomodar esqueletos; otros más, para chupadores de pus, y se ocupan de sanar a quienes padecen alguna infección. Sin embargo, el que nace mara’alzame tiene el poder de todo eso y mucho más. Puede curar diversas enfermedades a través del humo que extrae de su pipa o haciendo limpias con hierbas y plumas, todo lo cual es tan importante como su labor de cantador.

El mara’akame canta sólo bajo el influjo del peyote, y a veces los cantos se convierten en imágenes, en diseños que cantan con colores las historias de su pueblo. Son ideogramas que se reproducen en los trazos de las ofren­ das, fuente de donde surgen y se recrean el trazo y el color que habitan en las creaciones artesanales del pueblo wixárika.

Líneas de estambre para capturar el tiempo

Aunque nierika se refiere a prácticamente todo objeto ritual, originalmente se llamó así a unas tablillas cuadradas o redondas con un hueco en el centro y recubiertas con estambres de colores formando figuras. Antiguamente se hacían con hilos de lana teñida con tintes naturales. Ya entrado el siglo XX, la lana fue sustituida por hilos de algodón y después por estambres industriales, y, a partir de los años cuarenta, cuando los wixaritari comenzaron a emigrar a las ciudades, los formatos de las tablillas rituales crecieron de tamaño, la ofrenda se transformó en producto artesanal, en creación para la supervivencia. La modernidad y la necesidad convirtieron en artesanía lo que originariamente fue un nierika, una ofrenda, un objeto ritual.

Huichol design

Cuadros de estambre de mediano y gran formato forman hoy parte de importantes colecciones de arte huichol, piezas únicas creadas por quien, en su calidad de mara’akame, supo convertir en imagen la voz de los dioses. Así, hay cuadros que narran los mitos originarios, o que retratan las fiestas principales, la vida cotidiana e incluso el poder sanador de un mara’akame; cuadros que explican la magia que habita en el peyote, en el venado, en el maíz, en el águila, en la lluvia, en el sol, en la culebra…

Pero no todas las creaciones artesanales tienen sustento en la visión cosmogónica de un mara’akame. Los más son cuadros de estambre copiados por hábiles artesanos que al reproducir la imagen sin conocimiento de causa transforman la fuerza significante de un nierika en mera decoración. Son, sin embargo, cuadros donde la imaginación creadora, libre de su carga reli­giosa, expresa el equilibrio estético, la expresión plástica de un pueblo acostumbrado a comunicarse con el color, con las líneas, con las imágenes figurativas o abstractas de su entorno.

Las jícaras, contenedores de la vida

Así como ocurrió con las pequeñas tablillas nieriluu, las rukures, jícaras cubiertas con cera y hoy decoradas con chaquiras de colores, también sufrieron una serie de transformaciones. Antiguamente, a las jícaras se les pegaban piedritas de hormiguero o semillas de maíz, frijol o calabaza, pedazos de cristal de roca, cabellos o pedazos de carne de venado, figuras de cera o bolitas de algodón. Con cera se dibujaba la figura y luego se iba rellenando hasta plasmar la imagen deseada. Eran siempre representaciones de una petición, de una necesidad, y se depositaban en lugares sagrados con la idea de que “así como se bebe el agua de un vaso o se come la comida de un plato, así los dioses se beben las peticiones que están en las jícaras, enterándose más fácilmente de lo que el huichol pide.”

Felino Huichol

Las jíracas son artículos utilitarios por antonomasia. Se emplean en todas las ceremonias, lo mismo para preparar la tierra para la siembra que para propiciar una buena cacería, lo mismo para recolectar peyote que para hacer tesgüino, bebida sagrada elaborada a partir de la fermentación del maíz y degustada tanto por hombres como por mujeres y niños durante las fiestas principales o mitotes.

Hoy, las jícaras son parte de los productos artesanales más populares del pueblo wixárika. Sólo que los nuevos diseños no contienen peticiones, únicamente el misterio de sus grecas, de sus figuras, de la combinación de los colores y la aplicada exactitud de las cuentas.

El uso de la chaquira llegó a la región wixárika con el siglo XX, y desde entonces este insumo también ha ido cambiando. A mediados del siglo pasado la chaquira era más grande y sus piezas no poseían la uniformidad de la chaquira actual. Hoy se les puede encontrar en diferentes tamaños y en una increíble diversidad de colores. Hay sin embargo artesanos que crean piezas para coleccionistas a partir del uso de la llamada chaquira checoslovaca, una chaquira diminuta y más cara,’de la que surgen trabajos de la más fina factura.

Arte bordado a mano

Con chaquira se elaboran también pulseras, gargantillas, bolsos, cinturones y aretes, creados originalmente para complementar la indumentaria tradicional de hombres, mujeres y niños huicholes. En ésta podemos apreciar cómo los bordados en punto de cruz son también formas de representación de su cosmogonía: ahí están las grecas, los animales y plantas sagrados, el paisaje del pueblo wixárika.

Venado huichol

Cuando se observan a detalle los bordados del huerurri, el pantalón de manta del hombre huichol, o del hutuni, su camisa larga y abierta a los costados, es posible descubrir un mundo donde cada puntada, cada diseño elaborado por las pacientes manos de las bordadoras, la mayoría de las veces sin patrón, recrea la visión del mundo de este pueblo. Es tan importante el papel de éstas, que incluso existen nierikas que piden a los dioses por un buen bordado.

Así, cada artesana o artesano del bordado dota a su creación de un alma propia, estilizando a su manera elementos comunes. El venado, por ejemplo, encarna la bondad; el águila, relacionada con el sol, es el sostén del mundo; la serpiente representa la lluvia; el rayo, el movimiento. No todos los elementos poseen un significado divino, pero en cambio son la representación de lo cotidiano: perros, caballos, gallinas, guajolotes, gusanos, hojas, mariposas y, en fin, un sinfín de imágenes aparecen enrique­ciendo el conjunto.

Playeras Wixárika

Con la misma mística se elaboran, por ejemplo, las máscaras, cuyo uso ritual se restringe a las fiestas de Semana Santa. Son tallas poco elaboradas, algunas decoradas con pintura, otras con barbas hechas de cerdas o crines de caballo. En algunas se incorporan diseños rituales, representaciones de dioses principales como Tatei Werika Wimari, el águila de dos cabezas que vigila el cielo y la tierra, o el peyote, con sus cinco colores básicos, que son los mismos del maíz, su alimento principal: amarillo, azul, rojo, blanco y negro.

En cambio, las máscaras decoradas con chaquira son sólo artesanales, creadas fundamentalmente para su venta, para el sostén de la familia. Lo mismo se puede decir de las tallas en madera, figuras zoomorfas cubiertas con grecas de chaquiras multicolores: jaguares, iguanas; venados, serpientes, modernas y vistosas creaciones de la imaginería de un pueblo.

Son éstos, como todo el arte huichol, mudos pero ricamente visuales testigos de una profunda tradición milenaria convertida en arte multicolor.

Por: Alejandra Flores

PARA SABER MÁS

  • Huicholes y Vallarta
  • Alberto Ruy-Sánchez Lacy: Arte Huichol. México: Artes de México y el Mundo, 2005. ISBN 9706831142
  • Humberto Candia Goyta: Wixárika: La expresión cultural artesanal como fundamento de desarrollo. México: Zapopan, Jalisco: El Colegio de Jalisco, 2002.
  • Mariana Fresán Jiménez: Nierika: Una ventana al mundo de los antepasados México: CONACULTA: FONCA, 2002.
  • Ramón Mata Torres: Vida y arte de los huicholes. México: Artes de México. No 161, año XIX, 1960.
  • Sobre los Huicholes en Wikipedia.

Última modificación el día 22/07/2022 por Puerto Vallarta Net